Interrogarse en silencio siempre ayuda a crecerse y a recrearse
Víctor Corcoba Herrero
Lo que me mueve y conmueve es el espíritu del verso,
ación del aire sobre mis huesos injertando latidos,
haciendo brotar obras de amor, forjando el afecto
que el Señor nutre en cada cual, concibiendo el pulso
de la belleza como una palpitación de hallarse amado,
de sentirse querido más allá del tiempo y del espacio.
Por eso, te amaré siempre, aunque tú no me ames.
Si la luz, con la que sueño, proviene del corazón que soy,
una ola de fuego que se abraza a la liturgia de la cruz,
por la que ascender hasta trascender y transformarse,
en ese amor por el que somos el significado de la vida,
una vida que se nos ha donado para donarla cada día,
pues tras ese camino de verdad, vive Jesús amándonos.
Por eso, Dios está siempre, aunque tú no estés.
Somos la esencia del amor y por él hemos de desvivimos.
Desvivirse es como volver a reconciliarse con uno mismo.
Porque para ser armonía antes hay que amar y perdonarse.
De ahí la necesidad de encontrar la orientación debida,
cuando menos para poder practicar la comunión poética
entre el yo y nosotros, el ejercicio desprendido del donante.
Por eso, solidarízate siempre, aunque no te respeten.
Hay que dejar de ser egoísta, y olvidarse de que uno es algo;
pues el espíritu de lo auténtico es la huella de Cristo
que nos glorifica, desde la bondad, inversión que jamás
quiebra, a la virtud de saber amarse para poder amar.
Quien esto cultiva muestra alegría, es bienaventurado,
lleva consigo la pasión más radiante, la mirada más dulce.
Por eso, mírate en el otro, aunque el otro no te mire.
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