Víctor Corcoba Herrero
Muchas personas, hoy en día, piensan que uno puede hacer lo que quiere, sin ningún límite. Desde luego, esta visión es totalmente irresponsable, pues todos hemos de ser consecuentes con nuestros actos. Ciertamente, se nos exige tesón y sacrificio, perseverancia y fortaleza, pero también calma y moderación, en un mundo cada día más enfrentado. Poner en orden nuestras diversas atmósferas no es fácil, sobre todo en un momento verdaderamente mediocre, en el que faltan personas con mayor capacidad de liderazgo, rectitud y generosa entrega. Por ello, a mi juicio, la ciudadanía asociada ha de comprometerse mucho más con los gobiernos, algunos muy corruptos a los que hay que regenerar, para sacar adelante prioridades que no pueden esperar por más tiempo. La cooperación es fundamental para mejorar existencias en un orbe cada vez más complejo. Esta es la cuestión. No podemos concebir que otros hagan el trabajo por nosotros. Sea como fuere, cada cual tiene que aportar, con valentía, ese espíritu armónico esencial para experimentar los verdaderos cambios. De un modo u otro, ya lo afirmaba en su época el inolvidable filósofo griego Aristóteles (384AC-322AC) a través de este pensamiento: "La excelencia moral es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía". Sin duda, lo que soy es resultado de lo que doy. Tengámoslo siempre presente en nuestro caminar.
De ahí la importancia de cuestionarse perennemente y de hacerlo con coraje, de repensar sobre nuestras acciones, de interrogarse a diario para poder rectificar si es necesario. Todos tenemos el mismo derecho de experimentar sobre el camino vivido y sobre aquel que nos resta por vivir, pero también las mismas obligaciones de no perjudicar a nadie; de actuar con sensatez promoviendo nuestras capacidades individuales, sin obviar el respeto que todos nos merecemos hacia sí y nuestros análogos, cuestión que hemos de globalizarla en ese avance permanente como linaje. Respetar es tan justo como el pan de cada día y tan inevitable como el aire que respiramos, lo que implica amparo y consideración de todos hacia todos. Precisamente, las Naciones Unidas, conscientes de que la protección y el mejoramiento del medio humano es una cuestión fundamental que afecta al bienestar de los pueblos y al desarrollo económico del mundo entero, designaron el cinco de junio como Día Mundial del Medio Ambiente. La conmemoración de esta jornada nos brinda la oportunidad de ampliar las bases de una opinión pública bien informada y de una conducta de los individuos, de las empresas y de las colectividades inspirada en el sentido de su responsabilidad en cuanto a la conservación y la mejora del medio. A propósito, nos alegra que esta onomástica haya ido ganando relevancia desde que comenzó a celebrarse en 1974 y, ahora, verdaderamente sea una plataforma mundial de divulgación pública con amplia repercusión en toda la tierra.
Verdaderamente lo que soy, es a la vez obra de lo donado, el cual nos da sustento y desarrollo intelectual, moral, social y espiritual. En efecto, nuestro planeta está inundado de pasividad, de dejar hacer sin impedir lo que es nefasto para la vida. Y esto no es de recibo. Lo propio es que aprendamos a dar lo mejor de uno mismo. Activemos la creatividad humana. Para empezar, ya hay más microplásticos en los mares que estrellas en nuestra galaxia. De mantener la tendencia actual, en 2050 nuestros océanos tendrán más plástico que peces. Ojalá aprendamos a crear otros ambientes más saludables. Los talentos individuales no son suficientes. Desde luego, se requiere que todos nos pongamos en juego, con entusiasmo y sin miedo, para levantar esta asfixia que nos circunda y atrapa. A través de ese espíritu humanamente deportivo, tan innato en nosotros, donde todo el mundo cuenta, es como se impulsa el sentido de la vida y de la convivencia como tal. No olvidemos que todos los seres humanos, por propia naturaleza sociable, hemos de procurar que se reconozcan y se respeten mutuamente los deberes y los derechos más naturales; mientras tanto, al menos, arropemos con nuestra mirada aquellos que nos extienden su mano para hallar consuelo y mejorar sus vidas. Entre todos sí que podemos hacerlo y ya no digamos entre los pueblos y países entre sí. Nos hace falta, pues, evolucionar más que revolucionar, activar el bien colectivo y reactivar las relaciones que han de regirnos, que no es otro que el abecedario de la moral, con el que hemos de corregirnos unos a otros de nuestros errores.
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