Víctor Corcoba Herrero
Estamos cosechando un descontento social, que ya no sólo nos empobrece como seres pensantes, sino que también nos hace más violentos e inhumanos. Deberíamos estimular otros caminos más liberadores y equitativos, donde no hubiese tanto sentimiento de superioridad, y en su lugar, renaciese un mayor esfuerzo por servir a ese bien colectivo del que todos hemos de formar parte. A veces los tributos son injustos y los amos crueles. Sin duda, deberíamos cuestionarnos mucho más nuestra forma de proceder ante las fragilidades humanas. Está muy bien luchar contra la corrupción, prestar mejores servicios y responder a las demandas de los ciudadanos, pero si en verdad queremos promover una cultura de integridad que nos globalice, hemos de despojarnos del lenguaje del orgullo para poder adentrarnos en la humildad, hasta el punto de llorar con los que lloran. En el fondo, todos nos necesitamos. Aquel que tiene un hombro donde poder verter lágrimas, es evidente que disminuyen sus cruces. Compartir siempre reduce la carga.
Ciertamente, el desconsuelo es grande, andamos hambrientos de amor en medio de tanto ilícito negocio, lo que nos exige ser más constructores que destructores, ser más vida que muerte, ser más poesía que poder en definitiva. Está visto que una sociedad atrapada por tantos intereses mezquinos, no avanza. Hacen falta otras poéticas en vez de otras políticas, para que pueda producirse un auténtico desarrollo humano y social, bajo el sustento de un mundo más habitable, seguro y mejor para todos. Se nos dice, por parte de Naciones Unidas, que el número de migrantes y refugiados que llegaron a Europa durante el año 2017 y los tres primeros meses de 2018 ha descendido, pero ha crecido el número de peligros que afrontan. En cualquier caso, en lo que va de año, ha aumentado la proporción de personas que han muerto. Además, las mujeres que viajan solas y los niños no acompañados continúan expuestos a la violencia sexual y de género. Es una lástima que se produzcan estas bochornosas situaciones, de explotación y privación de los derechos humanos fundamentales. El ser humano tiene que dejar de ser un lobo para sí mismo.
Me niego a acostumbrarme a esta selva mediocre. Si en verdad estamos en la era del conocimiento, activemos la acción del discernimiento responsable, abracemos la sabiduría innata, y, pongámonos a observar más, para confundirnos menos. Desde luego, no me negará el lector, que, a pesar de tantos avances, aún no hemos aprendido a ser diligentes a la hora de trazar el camino de la integración, algo básicamente humano, que conlleva el acceso al territorio a las personas que solicitan protección internacional. Indudablemente, los procedimientos de asilo han de ser mucho más rápidos y eficaces. Por otra parte, hay que continuar reforzando los mecanismos de protección de la infancia, incluyendo el aumento de compromisos de reasentamiento y la eliminación de los obstáculos burocráticos a la reunificación familiar. Considero que también urge aumentar la solidaridad y el reparto de responsabilidades, apoyando a los Estados en los puntos de llegada mediante traslados y fomentando el establecimiento de un mecanismo de solidaridad intracomunitario. Al fin y al cabo, es ese espíritu solidario, el que nos engrandece como ciudadanos del mundo.
En consecuencia, hemos de salir cuanto antes de esta atmósfera de contiendas que proliferan por el mundo. Tras siete años de conflicto, los civiles sirios continúan soportando la peor parte de la hecatombe y el desprecio por toda existencia. Las violaciones y abusos contra los derechos humanos persisten en un contexto de inseguridad generalizada e independientemente del derecho internacional, el derecho internacional humanitario y las leyes sobre derechos humanos. Ha llegado el momento, pues, de que toda la humanidad se imponga y se proponga recuperar la quietud, ese espacio personal de sosiego que todos nos merecemos en la vida para poder socorrer a tantos caminantes oprimidos. Ojalá aprendiéramos a ser más del corazón que del cuerpo, a extender la mano sin exclusiones, a vivir menos de las habladurías y más del alma; todo un verso que nos llama a la generosidad, con espíritu sereno, creativo, sensible y audaz.
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