Víctor Corcoba Herrero
A poco que recorramos el itinerario de lo armónico, nos daremos cuenta que la mística del camino siempre proviene del mismo manantial, el del amor. Es hora de dejarnos amar, de abrir los cofres interiores cada cual, y de mostrar los dones de nuestros latidos. Nos debemos a la gratuidad de lo que soy y a la gratitud de la llegada. No importan las creencias. Hemos venido para converger en la poesía, en el pensamiento de las hondas palabras, para renacer de estas atmósferas de cruz generadas por nosotros mismos y esparcidas unos contra otros. En esto radica nuestro valor, en despojarnos de toda maldad, porque es necedad aceptarla o acostumbrarse a ella, para poder reinventar otra estrofa, si quieren más espiritual que corporal, pues sólo así podremos florecer en la concordia. Nada está perdido, pues. Es cuestión de poner orden y de donarse en nuestra vida cotidiana como un verso más en esta métrica de deseos, eso sí, no hay que confundirse con el vacío, hay que ser auténticos para poder revivir incluso de las piedras.
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Jamás es excusable ser malvado, pudiendo ser río de bondades. Sería un buen consuelo aprender a avergonzarnos ante nosotros mismos de nuestras viles hazañas. Ciertamente, en un mundo multirracial, cada día más imbuido por la diversidad de lo múltiple globalizado, en el que casi todos los países van a ser multiculturales, multiétnicos, multirreligiosos y multilingües, lo que se requiere son líderes responsables con visión reconciliadora, por variado que sea el multipartidismo, dispuestos a fomentar alianzas más allá de la multimedia, pues lo importante es que la ciudadanía se halle acogida y hermanada. En efecto, lo fundamental es que la estirpe del pensamiento, el corazón del ser humano, se vincule más allá de lo meramente mundano y haga familia. Por desgracia, la desilusión entre tantas atmósferas de cruz suele desmembrarnos hasta la misma esperanza. No la perdamos. Es cierto que proliferan los intereses mezquinos, de unos gobiernos pasivos ante unas finanzas sin alma, muchas veces sujetos a los traficantes de armas, prevaleciendo la selva de lo corrupto, en lugar de favorecer el encuentro respetuoso, esforzándonos por comprender y conciliar lo irreconciliable. Sin embargo, ninguna acción hay que darla por disipada. Puede que tengamos todos los demonios acorralándonos, pero bajo el contexto del alma nada desfallece; es un níveo poema que no cesa en la verdad, hasta volvernos libres como el aire que nos da vida.
Esta es nuestra gran asignatura pendiente, superar las divergencias, para que pueda madurar un espíritu verdaderamente poético en su conjunto. Nada somos sin los demás. Ese sentirse abandonado por los familiares, por los amigos, por la sociedad, es una de las grandes crueldades del momento presente. Ya no digamos el abandono de unos hijos para con sus progenitores. Sea como fuere, hay que encontrar soluciones a tantos calvarios sembrados. Cambiemos el odio por el amor, modifiquemos actitudes egoístas, transformemos esa codicia de quienes buscan fáciles ganancias, por un mayor desprendimiento del yo en favor del nosotros. Sí, la humanidad en su conjunto, es lo verdaderamente trascendente y nadie puede desligarse de estas atmósferas que nos crucifican a diario. Todas ellas, se harán más llevaderas, en la medida que derramemos ternura y clemencia. Comprometámonos a no disminuir en el aliento de amparar a nuestro análogo, a no empequeñecer su felicidad con nuestros antojos, sólo así podremos avanzar hacia ese cielo que todos buscamos y deseamos. Antes, inevitablemente, hay que vencer estas cruces deshumanizadoras. Ahora bien, no olvidemos que las campanas siempre doblan por todos, también por los ausentes, que nos han legado su estela de vivencias; y, entre ellos, están los sembradores de lo genuino que jamás podrán extinguirse, por ser más poesía que poder. Creación y recreación reunidas y unidas por siempre, será la loa más sublime, luminosa y enternecedora. La compasión del Creador no tiene límites.
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