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Filosofía Marismeña

La tierra que me vio nacer

M.C Ramón Larrañaga Torróntegui

Lunes, 25 de Enero del 2016. 9:37:03 pm

Letra más grande

Y, estoy aquí, en la tierra que me vio nacer, en la que mi familia nació con su olor a tierra mojada, con su invierno implacable y sus madrugadas con frió. Aquí en donde el café en olla es el primer trago por la mañana, un pedazo de calabaza con leche recién salida de la ubre de una vaca. Aquí con todo lo que es difícil conseguir de primera mano en una ciudad. Estoy, aquí entre la amalgama de emociones, encuentros con amigos queridos, el sentarte a platicar en una esquina, caminar por el monte y reflexionar, sentirte como un niño, volver al pasado. Estar en casa sin ser nuestra, en esta tierra que me vio nacer, cavilando en lo que perdí cuando me fui y en lo que hubiera sido si me hubiera quedado. La tierra que hizo perdiera mis miedos, caminara hacia mi realización. La que me expulso en aquella época por falta de escuela Secundaria y que hoy cuenta con bachillerato.

Recordar lo que fuimos, lo que tuvimos y lo que vivimos, para después, sacar una valoración y un aprendizaje de la misma. Toda experiencia es un conocimiento para avanzar, no para quedar estancados. Es algo que forma parte de mi archivo personal y al cual vuelvo de vez en cuando, es un perfume, una puerta a mi pasado que se queda semi abierta y se abre totalmente como ahora. Es como un placer en sufrimiento pensando desde la gratitud por haber vivido dichas experiencias, verlas con tranquilidad. Con la satisfacción de haber tenido momentos realmente plenos. Pero no hay que caer en el error de valorar que todo era mejor antes y dejar perder esa armonía entre lo vivido y el presente.

Recordar; es emocionarse estando nuevamente frente a esta gente, tierra, sierra, caminos. Es tanto como sentirte extranjero en tu propia tierra y encontrar información con los lugareños prestos a platicar, pero como dice el dicho “Viajar es vivir” no sé si en este caso sea razonadamente cierto ya que vivir realmente es estar en este paraíso terrenal en cual creo existen muy pocos en el mundo. Si bien es cierto el salir de este tierra aprendí muchas cosas útiles y que espero sean ventajosas también para los que viven en las ciudades, sin embargo no pierdo de vista ese periodo de adaptación entre niño campesino y niño citadino en donde se conjuga el interés cultural de origen, entre lo que se está viviendo y en donde terminamos por vivir sobre todo confirmar que las raíces en lo que se aprende “Jamás se olvidan” por más adaptación que tengamos ya que ahí esta pueblo, familia, ombligo y emociones.

Hay secretos tan personales que jamás nos atreveríamos a platicarlos a nadie por más confianza que le tengamos tan inconfesables que ni siquiera en nuestra otra vida podríamos admitir, esos secretos que nos carcomen y, son nuestros errores más grandes, acciones que tienen que ver con nuestra esencia y nuestra capacidad humana. Pero todos tenemos errores, algunos más oscuros que otros, tanto que haríamos cualquier cosa para ocultarlos. Para evitar que nos juzguen, condenen, lastimen o humillen por acciones pasadas. Confesarlo nos haría esclavo. Ahí están los más grandes miedos que nos persiguen y nos quitan el sueño.

Las personas estamos hechas de recuerdos, de experiencias y vivencias que edifican lo que somos en la actualidad. Sin saber cómo, nos vemos de pronto llenos de imágenes, sensaciones, palabras y sonidos de ese ayer que nuestra memoria ha guardado con sigilo y ternura en una parte especial de nuestra memoria. Los recuerdos tejen lo que somos. Y la mayoría del tiempo, las personas somos recuerdos. Que nos trae consigo un perfume entristecido en pedazos de una vida vivida que nos deja cierta sensación de añoranza y dolor en vista de un ayer que tal vez, concentró mucha felicidad. Es entonces cuando, obsesionándose en la nostalgia de recordar el ayer, tal vez, solo encuentra sentido en este momento.

Es reconocer que cada pueblo, cada familia tiene una cultura propia, y así podemos construir también la nuestra, con lo mejor de dos mundos. Ahora me doy cuenta de que hay un shock cultural no solo cuando emigramos, sino cuando regresamos a nuestro lugar de origen, pero que basta solamente no pretender que las cosas sea siempre como esperamos, o como estamos acostumbrados, adaptarnos al cambio más rápidamente y construir con lo que tenemos. Todo esto nos hace a los que salimos a la ciudad, creo yo, más flexibles, más abiertos de mente, y ojalá, nos haga también más empáticos, más abiertos a escuchar a los demás.

Podemos caminar por la ciudad y encontrarnos con personas con historias de vida distintas a las nuestras, pues son ellas quienes nos permiten tener una perspectiva distinta.

También podemos encontrar personas por la calle las que a veces todos gritan sin escuchar a nadie, que nos demos la oportunidad de escuchar al otro, de verdad escucharlo, verlo a los ojos, y que los celulares no se vuelvan nuestro principal controlador.

Llegar a mi pueblo nuevamente me llena de experiencias y recuerdos de esas que hacen la gran diferencia, que provocan mariposas en el vientre, es hacer que la tierra vuelva a ser nuestra, más mía y reencontrar amigos o nuevos amigos que se convierten en familia, que su dominio de lo que ha pasado en los últimos años nos ilustre y que la barrera de los años que se fueron no quede en un olvido sino que sepan que somos de este pueblo aunque sea un poquito “Ombligo enterrado” sobre todo que nos hacen sentirnos como en casa.

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Comentarios

Mónica

2020-04-29 12:57:27

Que bello texto, tiene tanto para dar

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